The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa

The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa by Joe Hayes

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Authors: Joe Hayes
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casa. Fueron a la casona en que el poblano ya vivía. Estaba en medio de fértiles campos verdes. Más allá de los sembrados pastaban vacas y borregos.
    â€”¿Te acuerdas de las dos monedas que me diste para comprar huevos aquella mañana ya hace diez años? —el uno le preguntó al otro—. Todo esto viene de esos doce huevos. —Y le refirió todo lo sucedido—. Y ahora quiero repartirlo contigo. La mitad de todo será tuya.
    Pero el amigo viajero dijo: —No. Te equivocas. Si todo viene de los dos pesos que te di para comprar huevos, todo me corresponde a mí. No me conformo con nada menos.
    â€”Eso no es justo —replicó el otro—. He trabajado duro todos estos años. Invertí tu docena de huevos prudentemente. Dirigí el desarrollo del negocio con cuidado. Me quedo con la mitad.
    Yo mantengo que todo es mío —dijo el viajero—, y si no me lo quieres dar por las buenas, pongo el asunto ante un juez.
    Por supuesto que el amigo trabajador no quería darle todo, y el otro fue a buscar un abogado. Le fue fácil encontrar uno. En efecto, encontró dos, pues los dos vieron gran beneficio para ellos mismos en el pleito.
    En cuanto al amigo infeliz que había trabajado tanto durante todos esos años, nadie quería defenderlo. Cada abogado con quien habló estaba de parte de su amigo. Se fijó la fecha para presentar el asunto ante el juez.
    El día antes de tener que ir solo a la corte, el amigo honesto estaba sentado frente a su casa con la cabeza agachada, sumido en la tristeza. Un viejo indio del pueblo cercano pasó caminando por ahí.
    â€”Amigo —dijo el viejo—, ¿por qué se ve tan triste? Ha entrado la enfermedad en su casa?
    El hombre negó con la cabeza.
    â€”¿Se ha muerto alguien? —el viejo preguntó.
    El hombre volvió a negar con la cabeza.
    â€”Entonces, ¿qué es? No puede ser tan malo. Usted tendrá una buena vida con esta casona y estos terrenos. ¿Qué le hace tan triste?
    El amigo triste contó al indio cómo había adquirido todo por medio de la docena de huevos que su amigo no había regresado a comer, y cómo estaba a punto de perderlo todo.
    â€”Ni puedo encontrar un abogado que me represente —dijo al hombre.
    â€”Deje que yo sea su abogado —el indio dijo—. Yo puedo ganar este pleito. ¿Cuánto me va a pagar?
    â€”Si tú puedes librarme de la avaricia de mi viejo amigo — le dijo el hombre—, te pago cien hectáreas de terreno, junto con cien vacas.
    â€”Eso es demasiado —el viejo indio le dijo—. Págueme nomás una fanega de maíz. Estoy muy viejo para cuidar cien hectáreas de terreno.
    Quedaron en eso, y a la mañana siguiente el indio se encontró con el granjero delante de la corte a las nueve.
    Bajo el brazo el indio llevaba una olla llena de frijoles cocidos y de cuando en cuando sacaba uno y se lo comía.
    Cuando el proceso comenzó, el indio se quedó sentado al lado de su cliente comiendo frijoles y con la vista perdida a lo lejos. Primero uno de los abogados se levantó y dio un largo discurso a favor del amigo vagabundo. Luego el otro abogado habló. El juez escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza como si estuviera de acuerdo con cada argumento presentado. El indio no parecía escuchar.
    Cuando los abogados terminaron, el juez se volvió hacia el indio: —¿Qué tienes que decir de parte de tu cliente? —le preguntó. El viejo se levantó y caminó lentamente a la parte delantera de la cámara.
    â€”Déjeme preguntarle algo a este hombre, tata juez —dijo, señalando al amigo que se había ido a viajar.
    â€”Dígame, ¿qué le pidió a su amigo que hiciera con la docena de huevos aquella mañana hace diez años?
    â€”Ya lo sabemos —dijo el juez—. Le dijo que los friera para el desayuno.
    El indio asintió con la

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